«Durante las últimas semanas, los diarios gastaron tiempo, papel y tinta con declaraciones y evaluaciones oficiales, con detalles sin importancia y con informaciones evidentemente plantadas. El resultado, con rarísimas excepciones, fue un periodismo superficial, repetitivo aburrido y prescindible», escribía en febrero de 2005 Marcelo Beraba sobre la cobertura de una polémica elección de la cúpula de la Cámara de Diputados de Brasil. Se refería a los principales periódicos, Estado, Globo y Folha de Sao Paulo, pero luego ahondaba sobre este último y en sus propias páginas, más precisamente en la mitad de una página tamaño Mercurio, desnudaba uno a uno los errores cometidos por su diario.

Beraba era entonces el defensor del lector de Folha, que cada domingo tenía la misión de recibir las quejas del público, ponderarlas, exponer las faltas y omisiones de la semana, y proponer cambios. Guardé el recorte porque me pareció que una figura como esa, representada además por un periodista experimentado y sensato, era un gran aporte para un periódico. Es por eso que el defensor del lector es un actor importante en los grandes diarios del mundo, como el Washington Post o El País, y se dice que suele ser el empleado más odiado de la planta.

Me ilusioné cuando hace un par de meses descubrí que el rediseño de La Tercera incluía el primer defensor del lector chileno. Me sorprendió eso sí que para encarnarlo eligieran a Joaquín Villarino, ex editor de Reportajes de El Mercurio, que asocio más con la forma tradicional del periodismo nacional que con la impronta más moderna que en la última década ha caracterizado a La Tercera. También me desilusionó que sólo le dieran un cuarto de página tabloide para exponer sus argumentos.

Con el correr de las semanas, Villarino me ha demostrado que nada tiene que ver con el estilo de Beraba o con lo que yo esperaba fuera el defensor del lector. Aunque creo que ha tenido varios aciertos, en al menos dos oportunidades la figura de «el lector» ha estado representada por personajes que me trasladaron a los años más oscuros de la dictadura. Más allá de mis diferencias políticas con ellos, se trata de figuras que están lejos, me parece, de representar al lector común y corriente que requiere de un defensor.

El primero fue el lector Carlos Cáceres, ex ministro del régimen militar, que cuestionó que Pinochet no fuera incluido entre quienes dejaron su sello en las Fuerzas Armadas. Aunque Villarino aclaró que era una suerte de encuesta y defendió el derecho de elegir las figuras, le pareció oportuno recalcar que ante la figura de Pinochet los periodistas «deben evitar lo políticamente correcto expresado en tergiversaciones históricas y por lo tanto no permitir sesgos, ni condicionarse con posiciones personales». También creyó importante dejar constancia que «el lector» Cáceres cuestiona la forma en que se escribió sobre el «incendio» a La Moneda porque no se mencionó las circunstancias, que nos tenían en las puertas «del establecimiento de un régimen totalitario marxista».

Hoy el lector estuvo encarnado por Raúl Hasbún. En este caso la queja no tenía nada que ver con política, sino con el cambio de ubicación en el diario de la página editorial, pero resulta sintomático que pese a decir que diversos lectores expresaron el mismo cuestionamiento, eligiera a un cura que genera tantos anticuerpos por su marcado pasado pinochetista y por representar al ala mas conservadora de la iglesia católica.

El diario puede elegir la mirada que quiera, aunque no me parece que la que está plasmando Villarino coincida demasiado con la línea editorial que ha venido mostrando el diario.

Como una lectora que eligió La Tercera como el principal diario para informarse, me encanta la idea de tener un defensor, pero no me siento representada por este. No sólo por los episodios de Cáceres o Hasbún, sino porque me parece que habiendo temas tan importantes que tratar elige aspectos poco relevantes, no de fondo. No es en ese espacio donde quiero saber del Nobel Vargas Llosa y entre las omisiones del diario la que menos me importa es la «falta» de cobertura de los temas del bicentenarios.

Si me va a defender así, por favor no me defienda.