blog-javier-mariasCada domingo, el escritor español Javier Marías publica una columna en las páginas de El País Semanal. Habla de todo. A veces en mi lectura dominical de los diarios por internet paso por ahí y me entero de su enojo por una fiesta costumbrista madrileña, de cuál es su equipo favorito o de lo que sea se le haya ocurrido escribir ese día. No sigo a muchos columnistas, pero a Marías siempre es un agrado leerlo.

También tiene una página web que visito de cuando en vez. Ahí me enteré de las fechas de lanzamiento de los volúmenes de su trilogía Tu rostro mañana e incluso se podían leer las primeras páginas como primicia. Tiene también links a su blog, con sus columnas o las críticas a sus libros, su flickr y hasta su canal en you tube. En un video de mala calidad, escucho un discurso y me doy cuenta de que obviamente su españolísima voz no es la que suena en mi cabeza cuando lo leo, que es la voz de cuando me leían Fiebre y lanza y que es mi voz de Javier Marías, con una cadencia que hace soportables sus frases eternas y su capacidad de usar palabras y más palabras que a ratos parecen no decir nada hasta que paf, la historia retoma su ritmo y se hace imposible soltarla.

Pero después de 10 años, Javier Marías acaba de visitar por primera vez su propia página web, que en realidad es mantenida por una de sus lectoras. Lo cuenta en su columna de hoy, luego de que se viera obligado a ocupar un «ordenador» porque su vieja máquina de escribir Olympia se estropeó. Entonces descubrió internet y la odió, como confirmando el prejuicio que ya tenía de la red endemoniada.

«Lo que más me ha desagradado, sin embargo, son los llamados blogs y foros, por algunos de los cuales me he dado un paseo. No entiendo que tantos escritores tengan un blog propio y le dediquen, por fuerza, numerosas horas de su tiempo, porque me parece equivalente a esto: uno va a un bar, se sienta a una mesa y habla de lo que sea, y a continuación está expuesto a que cualquiera coja una silla y le suelte a su vez su rollo o -con demasiada frecuencia- sus imprecaciones. O bien a esto otro: uno inicia una conversación telefónica particular, y cualquier individuo puede colarse en ella y opinar lo que le plazca o ponerle verde a uno. No sé, para mí sería una pesadilla tener que escuchar pacientemente a personas que no he elegido, y con las que en algunos casos no quisiera ni cruzar media palabra», escribe Marías.

Parece que lo escribiera desde las alturas o desde Redonda, su isla fantástica donde sólo son admitidos los elegidos. Aquellos pobres mortales que leemos sus escritos estamos condenados a la distancia del monarca, que nunca sabrá lo que opinan sus súbditos pero gracias a los cuales recibirá un cheque cada fin de mes. Porque sus columnas, para uno que lo sigue desde el tercer mundo, no son más que posteos semanales. Si uno quisiera podría dejar comentarios en el blog donde se republican -ahora sé que él no los leería, pero qué importa- o bien podría ver las estadísticas del sitio de El País, que si bien no admite comentarios, permite votar (hoy se ganó 187 votos y obtuvo 3,5 de 5 estrellas) y saber que la han leído 5786 personas. ¿Lo habrán leído más en papel hoy? Imposible saberlo.

«¿Cuál es la gracia de estas tertulias escritas? ¿Ver que uno provoca reacciones? ¿Tener la comprobación inmediata de que lo que expone no cae en el vacío? ¿Llevar una vida «interactiva» (y perdonen el adjetivo)? Debe de haber mucha gente solitaria, o que aguanta la soledad -ese gran bien- pésimamente. Pero lo que más me ha desagradado es el frecuente tono insultante de los comentarios y el veneno que a menudo destilan. Amparados en el anonimato cobarde de los llamados nicks, no hay asunto que no les merezca a unos cuantos blogueros toda suerte de improperios. No veo que se discuta ni argumente apenas, sino que más bien se lanzan denuestos y groserías como en las tabernas más zafias», continúa el escritor.

Ahí tiene un punto. Porque efectivamente hay algo raro en los sitios que reciben comentarios masivos. El otro día un colega se quejaba de la cantidad de insultos y agresiones que deja la gente en los sitios chilenos. Sé que es un tema para todos los medios latinoamericanos, que no han encontrado un buen filtro para frenar los agravios. Mi amigo decía que era un problema cultural, pues no sucede en los medios gringos. Según Marías, los sitios españoles también destilan rabia, lo que no sucede en aquellos escritos en inglés. ¿Será que tienen mejor filtro o seremos los hispanohablantes?

Aquellos que predican la muerte de los diarios en papel, le dirían a Marías que algún día se verá condenado a usar sólo internet si quiere difundir sus columnas. Espero que no lleguemos a eso, pero sí sé que pese a las millones de imperfecciones de la web, seguro que Marías le debe bastantes lectores. Yo al menos no habría podido leer sus columnas sin ella, que claro, no están a la altura de sus libros, pero por algo las escribe. Y quién sabe si algún día prendo mi computador y me entero de que le dieron el Nobel. Quizás se lo merece, retrógrado y todo.